miércoles, 18 de marzo de 2015

Sueño, realidad, y mi primer cliente.


Después de su trayectoria por el taller, este fue su paradero.
Ya no vale un 8,5.

Vale lo que mi hermana haga de él, vale el estorbo que genera cuando ella lo abre y entonces hace sus regeros por toda la sala, vale lo que aguante el cartón y lo que aguante mi mamá, vale las veces que ella me pide que le arme "la casita", y vale el sentimiento de ver el primer bebé alzando vuelo, el primer proyecto en su contexto real. Sobre todo, vale esa sensación de sentirse arquitecto.

Oficialmente, mi primer cliente. En la entrega de las llaves del proyecto, su primer gesto fue de incertidumbre, pues, como pueden ver, el objeto no tiene pinta de nada, y aunque los niños esten dotados de super poderes imaginativos, un objeto sin referencia es desconcertante. Sin embargo, diez minutos después sería bautizado de por vida como "la casita", dejando así de lado toda aquella "hablada" arquitectónica que sustentaba mi proyecto.

Lo que me queda de esta primera oportunidad es el hecho de poder percibir ese roce, desde un principio se empieza a generar un desfase entre lo que concebimos en los trajines de la vida tallerina y lo que sucede en la vida real. Encontrar esa sensiblidad que lograría vicular lo alto de nuestros sueños con la tierra de la vida cotiadana, es el reto.


Mi espacio-objeto de juego, recién concebido.

1 comentario:

  1. Muy bien! Creo que es la primera vez que algo que se produce en taller resulta algo más que desecho en el basurero, sino que trasciende el taller para tranformar el escenario de la cotidianeidad, y además lo que has aprendido sobre tu propuesta, tu idea al ser utilizada por alguien más, tu primer cliente como lo has mencionado.
    Y finalmente, la intrascendencia finalmente de una nota para "valorar" un proyecto, sino más bien la experiencia y el valor agregado que le asignó tu hermanita.

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